20.2.09

Sobre las conversaciones.

Una de las cosas que más me gusta es conversar. Hablar, hablar y hablar, acompañado de un rico vaso de Coca Cola con hielo y un cigarro de chocolate. Pero cuando no tienes a quien hablarle, tienes que recurrir a un computador o a una hoja e inmediatamente te transformas en escritor, cuando de literatura sabes menos que un niño de sexto básico y has leído medio libro en tu vida. Me acuerdo que mi abuelo me contaba de sus tertulias, ya hace varias décadas atrás, en el club de caballeros. Y aunque claro, dejando lo romántico de lado, esos lugares tienen que haber sido cunas del alcohol y quizás de que otras cosas, al menos, a lo menos, se podía conversar. Y llegar a tu casa a dormir, no a pensar, no a pasar horas y horas conversando, contigo mismo. Pero actualmente, ya a nadie le gusta hablar. Es decir, puedo conversar, pero algo como "Échale dos hielos a mi piscola no más compadre", pero no puedo hablar de la inquietud que tengo sobre la teoría económica del gobierno de Obama. Y no porque sea un "snob" o me haga el inteligente, sino que porque realmente no tengo idea y me gustaría saber. Para esos son las conversaciones, para aprender. Y el conocimiento lo es todo, sino ¿En que ocuparía el 10% de mi cerebro? Ni hablar de las conversaciones ínter género. Porque de partida ya es difícil que alguna fémina hable conmigo. Pero realmente, me he dado cuenta, que cuando lo hacen, no es que quieran hablar conmigo, sino que quieren algo de mí, ya sea carnal, material, no sé si espiritual, pero algo. Y al final, obvio que termino aburriendo "Cállate y dame un beso", me dicen. "Pero ¿Qué pasó con tu comentario de la última película de Tarantino. ¿Por qué te vas?" y se va pues, se va. Entonces, tampoco creo que la solución sea ir yo a un club de caballeros y ser el único veinteañero entre un grupo de viejos decrépitos, jubilados y que ni siquiera son veteranos de guerra, como en Estados Unidos. No hay anécdotas de sangre y explosiones (¿Qué sería el mundo sin ellas?), nada. Pero si te pueden conversar harto de sus medicamentos para la diabetes. Al final, creo que llegué a la conclusión de que eso era como lo único bueno de una relación amorosa, el que alguien te escuchara, por último por obligación moral por estar usurpando de tu dinero y buenas intenciones, pero te escuchaban. No había contra argumento, pero eso sería lo ideal, hay que conformarse, en cierto punto, en ciertas cosas.