16.12.08

Cualquier similitud, es cosa de su imaginación...parte primera


Me habían expulsado de último colegio. Dijeron que pelearse a la salida no era algo demasiado académico, sobre todo cuando lo haces seguido. Me llamo Salguragui y tengo 16 años, voy en primer año. No tengo muchos amigos, en realidad. Mi última novia me dejó por el capitán de la selección de baloncesto, de mi antiguo colegio. Odio el baloncesto y lo odio a él, algún día podré vengarme, más allá de haberlo golpeado. Mis compañeros nuevos son idiotas, son aburridos y para decirlo de algún modo, tienen bien puestos sus 16 años. Yo siempre me he sentido como un adulto, como si tuviese 18. En el recreo me senté solo, la verdad es que no tenía ganas de hacer amigos, ya había pasado por muchos colegios. Pero la vi a ella. No sé si era el uniforme. Tez clara, ojos verdes, pelo hasta los hombros, risa hasta las nubes, pequeña, me llegaba hasta un poco más abajo de los hombros. Ella era la número 50, es decir ¿Sería el 50 rechazo? En realidad, no iba a dejar que eso pasara. Me propuse a conocerla, se llamaba Javiera, tenía 16 años también. Estaba soltera y era muy simpática, al punto de sacarle una sonrisa, a ya un muy enamorado Robertichi (Dios bendiga a la tercera persona). Pero no todo es perfecto, le gustaba el baloncesto, para hacerlo peor, le gustaba alguien que jugaba baloncesto, un chico nuevo, al igual que yo, que al parecer ella había visto jugar en la mini. Se llamaba Andrés y era mi próximo mejor enemigo, mi competencia. Quise hacer conversación con Javiera y le pregunté que era lo que le atraía de Andrés. Me contó lo mucho que le gustaba el deporte del balón naranjo, desde niña y el famoso Andrés, al parecer, era un prodigio, casi al nivel de un jugador universitario, quizás hasta más. Yo nunca había jugado a este sucio deporte, a pesar de tener un buen porte, lo encontraba aburrido, pero ahora, bueno ahora era mi oportunidad de hablar con la hermosísima Javiera. Me preguntó si podía clavar el balón, yo le dije que por supuesto, preguntándome a mi mismo que demonios sería clavar. Ella me dijo después que esa era la jugada que más le atraía, que los jugadores se quedaran colgados, luego de una gran jugada esquivando rivales. En ese minuto recordé haber visto uno o dos clavados en mi vida. Me decidí a realizar el propio. Tomé vuelo, salté y comencé a imaginar, a Javiera diciendo que sí, cuando le propusiera matrimonio, jugando con nuestros hijos, envejeciendo juntos.Tal vez fue demasiada la imaginación, pero desperté con un chichón en la cabeza, me había golpeado con el tablero. A Javiera le había dado mucha risa, me encontró tierno, quizás un poco estúpido, quizás.