En realidad soy como una prostituta barata. Pero peor, porque ni siquiera me pagan. Yo simplemente digo que sí para alimentar el ego de mí conciencia, para que esta señora omnipotente esté tranquila “Oh, todopoderosa conciencia”. Te odio, con todo lo que tengo para odiar. Gracias a ti, conciencia, me he transformado en este ser que no tiene entidad propia y que simplemente no puede decir que no. No tengo ese conocimiento en mí, esa disciplina del no. Y demonios, como me hubiese ahorrado problemas con el preciado no, con un no, cara de palo. “Salado ayúdame”, “ee no” y listo. Simplemente eso. ¿Por qué debo ayudarlos si no es mutuo? Porque es lo correcto, claro. Atrapado en los mandamientos de mi propio pueblo, encerrado por mis designios, que ironía. Incluso esta entidad toda poderosa, está condenada.
Invoco al no, de verdad que sí. Ya sea de regalo de navidad, por último como deseo de año nuevo. Está claro que es la única manera. La única manera de encontrar paz, al menos. Y no esa estúpida inmobiliaria. Tampoco la ciudad boliviana. Paz, tranquila y serena.