Contaban muchas cosas de ese pueblo, generalmente cosas malas. Pero demasiad fantásticas para mi gusto. Nunca he creído en lo paranormal, poco creo en lo normal y voy a creer en patrañas metafísicas. Por este escepticismo y en realidad por el apuro económico, no dudé en aceptar la petición de aquel misterioso caballero que me llevaba a este pueblucho de mala muerte. Cuando llegué, la gente del pueblo parecía reacia a saludarme, casi como si vieran a un futuro cadáver. Al parecer, por la visión externa, no parecían tener muchas visitas durante el año. Era una linda noche de luna llena y comencé a recordar a esa señorita, a la que eones atrás, regalé esta luna que ahora veía.
La gente del pueblo me dejo contrariado con historias de sucesos paranormales que sucedían la noche de luna llena. Contaban que rugidos y aullidos se escuchaban del tenebroso bosque y que prácticamente la población del pueblo se había reducido en uno 85 % en el último centenario. Inmediatamente recordé mi infancia llena de creencias en lo pagano y sobre todo en el hombre lobo. En realidad para mí siempre este fue el mejor de todos los monstruos, ya que tenía todas las bondades y prácticamente ninguna de las debilidades, más allá de una malvada bala de plata. Pero era difícil encontrar balas de plata en este pueblo, sobre toda a altas horas de la noche. No es que de un momento a otro dejara de ser escéptico y comenzara a ser un tipo asustadizo, estilo Shagui, de Scooby Doo. Pero no sé porque comencé a recordar en los licántropos.
Noté, al otro día, que los pueblerinos no utilizaban servilletas, aunque no parecía ser tipos de poca cultura. De hecho, por el contrario, era bastante cultos. La falta de uso de servilletas tenía razones más superiores, tal vez de índole filosóficas. Más bien, parecían tenerle miedo a estas servilletas, casi como si se tratara de algo maligno e incluso peligroso. Extraño, siendo que se trataba de un inocente trozo de papel, que en el peor de los casos te produciría un feo corte, pero nunca de mayor profundidad. En realidad yo ni siquiera llegaba a sospechar en el lío en que me estaba metiendo. Ni siquiera por casualidad.