Nosotros, seres humanos nos caracterizamos por tener una historia violenta, de cruentas guerras, asesinatos, genocidios y sangrientas batallas. En general, nosotros, homo sapiens sapiens nos caracterizamos por una tendencia violenta, propia de una mala y pobre evolución.
Se vivía una tarde hermosa de lluvia en Santiago, un olor a humedad increíble. Hermosas calles inundadas, ríos en la cuidad. Un cielo grisáceo, un clima frío y árboles monótonos, faltos de pelaje. En mi casa se siente un rico olor a sopaipilla, propio de los días de lluvia y característico de las zonas pluviales de Chile. Todos se encontraban acostados en mi hogar, cobijados de las temperaturas poco cálidas del exterior. Pero este día no era como cualquier otro día señores y señoras, no no no. Este día tenía un panorama y como pocos días del año, esperaba con infantil preocupación. Iba a ser un viaje muy distinto en mi vida, primera vez que iba al cine a hacer vida social, no podía creer que estaba en el templo de mi religión cinéfila y no iba a proceder a comulgar o como los laicos de la cuidad le llaman, ver una película.
Estaba todo planeado para refugiarnos de la tortuosa lluvia en el cine Hoyts de la Reina, a una hora muy prudente, a las seis con treinta de la tarde. Decidido como nunca, abrigado como pocos, emprendí el viaje que consistía en sortear una cruel lluvia, pero no importaba. Llegar a mi templo era más importante que mi propia vida. Debo aclarar que no se trataban de diez cuadras normales, eran las diez cuadras de la muerte como se conocen en la jerga callejera. Aparte de sortear un sin numero de dificultades, con personajes de poca monta y de mojarme mi cuerpecito, no una, no dos, sino tres veces en los fangos de la calle Echenique, debo decir que fue un viaje bastante pleno y lleno de experiencias vitales para la vida. Una de ellas, la cual procederé a compartir es esta:” Si está lloviendo, preferiblemente usa botas. Evitarás mojarte”.
Generalmente cuando uno camina tiende a llegar a los lugares, por lo que después de media hora llegué a mi preciado cine, cinema para los más antiguos o de alma antigua como yo.
Entré al mágico templo con la palabras secreta “ÁBRETE SÉSAMO”, a las que las puertas respondieron con una puntual y obediente apertura. Entré(a adentro, obviamente), como pocos en esta vida, algo así como un rock star chilensis. Me sentía en mi ambiente cinéfilo, más que eso me sentía respetado y querido. Me senté en mi silla de siempre a esperar a los demás comensales. Fueron llegando uno en uno, cada uno con diferentes historias de su llegada a mi templo, algunas de dolor, otras de fantasía y las restantes bastante cómicas. Uno a uno se llenó la mesa hasta ser ocupada en su plenitud.
Me di la libertad de comenzar la conversación: “Hola, muy buenas tardes. Estamos aquí reunidos, por la generosa invitación de uno de nuestros miembros, que percibió nuestra fascinación por las donas y, valga la redundancia, donó unos cupones”. Érase de esperar por mi suerte, la que ya había sido puesta a prueba esa noche (me encontré con un personaje dañino en mi vida), que la tienda de donas se encontraría cerrada y que tendríamos que esperar para probar esos deliciosos manjares. Pero que mejor para un cinéfilo como yo, amante de las imágenes, que una rocola o woorlitzer (perdón por mi spanglish) con imágenes, video clips y mucho más. Es ahí cuando se arma la batahola, donde las puertas del infierno fueron abiertas sin querer, por la persona que les escribe en estos momentos.
Yo, en mi humilde opinión sugerí probar la maquinita, ver algunos videos y que mejor para empezar que Michael Jackson, es decir es el Dios del pop y estábamos en el templo de la cultura pop. Es como si en una iglesia católica colocaran un video clip de Dios, bailándoles a sus feligreses. Pero en fin, poner “Smooth criminal” fue un crimen, ya que esto provocó adherentes y detractores, como es común en la conducta humana como introduje hace unos momentos. El hecho de que la maquina estuviese mala y que no esperara el término de las canciones tampoco fue de gran ayuda. Cada vez que existía un detractor de la canción elegida, lo poco y nada que tenía que hacer era introducir dos monedas en la zona de combustible de dinero de la maquina, para que sonara en los oídos de los presentes, una nueva selección. Se creó una batalla de poder, de quien tenía más dinero, de quien soportaba más sin su canción, de quién era más rápido, más hábil, en resumen el más apto, como la teoría de la biología. La intervención de las autoridades eclesiásticas del templo no ayudaron en nada, los administradores que fueron a controlar la situación no hicieron nada más que reprimirla, sin soluciones concretas para los problemas reales de la gente. Como se está haciendo común hoy en día, el remedio fue peor que la enfermedad. Estaba bajo fuego cruzado, comencé a reflexionar sobre mi vida, de el porque me encontraba atrapado en esa situación. De haber controlado mi gula por donas, tal vez no habría estado en problemas, pero eso ya no importaba. Lo importante era como sacarnos de esa situación, por lo que a punta y codo logré llegar al centro de operaciones de la máquina infernal y la desenchufé. Se produjo un silencio sepulcral, como nunca había experimentado en mi vida. Me sentía en el ojo del huracán, así que hablé con oportuna y elocuente sapiencia juvenil:
“Jóvenes presentes, adultos con alma de joven, jóvenes con alma de adulto, hermanos en general. ¿Qué estamos haciendo? ¿Una batalla campal para finalmente autodestruirnos? Eso no sirve de nada, queridos hermanos. Pensemos en el fin último de esta máquina, es decir, pensemos que sólo emite imágenes (cuando digo sólo no lo utilizo para empequeñecer su gran utilidad), somos nosotros los que le damos sentimientos a lo que vemos, nosotros le damos vida a esas canciones. La música se trata de emitir pasión, de lo esencial de la vida. Aparte estamos manchado a este templo llamado humildemente cine, lo estamos manchando señores. Lo estamos manchando con sangre de inocentes, que sólo buscaban imágenes. No somos mejores que los líderes que empiezan guerras sin razones de peso, de hecho somos peores. Señores, este es el día en que me ha dado vergüenza ser humano. Terminé esa frase y salí de mi templo. Cabizbajo volví a mi casa, sin poder formular pensamiento alguno.
A la otra mañana me desperté con muy poco ánimo, sin ganas de lavarme la cara. Sólo salí al patio y recogí el diario, como ya es común en mi hogar. Luego de revisar las noticias de actualidad en Chile como ¿Quién anda con tal futbolista?, ¿Paulina Nin no ha pagado su casa? Preguntas muy importantes en la cultura nacional, de una importancia sin precedentes. Abro la zona de columnas y me encuentro con un encabezado particular”Hoy día me dió orgullo ser humano” Me pareció interesantes y la leí. Mi sorpresa es grande al saber que se trata sobre el accidente que había experimentado el día anterior. Casualmente había dejado pasar el hecho que estaba en un cine y que naturalmente hay muchos críticos que ocupan sus viernes para trabajar. Ese día, un crítico importante había presenciado la batalla y a pesar de ser herido en uno de sus brazos, no perdió su fe en la condición humana y sus fundamentos para ello, era muy fuerte, algo que yo había dejado pasar. Sacando toda la pelea inútil y los inocentes afectados, el tema en discusión fue quien ponía la mejor música, la que siempre fue de una altísima calidad y eso, en una sociedad envuelta en ritmos centroamericanos o caribeños, es un punto rescatable de la escaramuza. Al chileno, aún le gusta la buena música y al crítico le pareció algo muy valioso. También habló que después de la intervención de un fanático religioso que hablaba de su vergüenza hacia con los humanos (cosa que provocó mi hilaridad), comenzó a sonar en la maquina “ Heal the World” de Michael Jackson, lo que calmó los ánimos. El daño ya estaba hecho, pero se pudo evitar mayores pérdidas. Del fanático religioso nadie supo más, comento el crítico. Yo quedé anonadado ante a noticia, mi pesimismo no fue sino un catalizador para la unión de las masas, algo bastante incoherente para mi gusto. Al entrar a la casa me ve mi madre y me dice: oye, te guardé unas donas de la once de ayer, ¿Quieres?.
Fin